Jog goes first | Privado

Gaspard estaba recorriendo la isla en un trote suave, le gustaba hacer esto todas las mañanas para conocer nuevas zonas y aún así mantenerse en forma porque si sólo se sentaba en su puesto a dar órdenes se pondría fofo antes de tiempo. Venía escuchando música para no tener que saludar a nadie, era un odioso pero después de todo no le importaba, él era así de detestable y las personas debían de conformarse con eso.

Iba suave, ayer había estado fumando y como era de esperar su respiración estaba más pesada que de costumbre. Él sabía que era malo para su cuerpo pero le quitaba la ansiedad que parecía acompañarlo a todas partes por lo que era completamente necesario hacerlo de vez en cuando. Tarareó el coro de la canción aumentando el ritmo de su trote, era temprano y sabía que no habían muchos peatones en la zona por lo que se permitió unos segundos de paz cerrando sus ojos, dejándose llevar por el viento matutino, por el olor a  playa estuvieses donde estuvieses, el tap tap de sus zapatos deportivos chocando contra la calle y un perfume femenino.

Abrió sus ojos demasiado tarde, se llevó a la chica por delante cayendo al suelo sobre ella. Maldijo por debajo levantándose rápidamente y tendiéndole la mano a la castaña para ayudarla a levantarse, quitó sus audífonos con la otra y carraspeó - ¿Estás bien? - preguntó detallandola a ver si no se había golpeado, parecía que después de todo, las personas de Meanwhile eran madrugadoras - perdona si te lastimé, es sólo que andaba distraído - se disculpó después, su expresión era de preocupación, acababa de llevarse a una mujer por delante con tanta fuerza que la podría haber herido en realidad, más tratándose de alguien tan frágil como ella, tan frágil y guapa como ella.

-No me gusta que ande sola por aquí.- Había leído de labios de su padre, mientras él hablaba con mamá. Ellos pensaban que estaba demasiado concentrada en su desayuno como para ponderles atención, pero tenía mucho tiempo de haber desarrollado la capacidad de estar así de pendiente de varias cosas a la vez. Sin embargo no hizo saber que les estaba entendiendo. ¿Para qué? Diane ya había sentenciado que podía salir sola en la Isla, pues se suponía que las personas eran confiables y que no corría tantos riesgos como en el viejo barrio de donde habían llegado. Aun así, ella entendía. Sabía que su padre consideraba a los ricos como unos arrogantes que, al tenerlo todo, la única diversión que encontraban era humillar a los que tenían carencias; como ella.

Pero sin importarle eso, terminó su desayuno y besó a sus padres antes de lavarse los dientes y coger su sudadera y bolso azul a juego. Era el día azul. Ah, sí, porque ella tenía un color para cada día. Y ese, precisamente, era azul. Por lo mismo combinaba sus pantalones de mezclilla con el bolso y la sudadera, aunque los tenis y eran blancos, con toques dorados los últimos, a juego con sus pequeños aritos en forma de flores y el collar de lo mismo. Le gustaban mucho esas combinaciones visuales, tanto en su ropa como en las cosas que, a veces, pintaba. Aunque últimamente amaba más todavía la fotografía que la pintura.

Debido a ello es que salía tan temprano, antes de las seis treinta ya iba recorriendo la isla. ¡Era tan impresionante! Ella nunca había visto algo así. Todo era bonito. No había pobreza en las calles, ni sujetos que oliesen mal. Todo era delicioso. El aroma de las panaderías le llenaba los sentidos mientras iba alejándose de las calles residenciales. Y poco a poco se dirigía hacia la playa. Le gustaba mucho andar libre por ahí. Y sabía, además de todo, que pocos andaban a esa hora cerca, además claro, de los vigilantes. Ella no estaba muy segura de qué vigilaban, si se suponía que todos ahí eran personas decentes, pero tampoco se había puesto a indagar en ello. No le interesaba.

Dio una vuelta por ahí, con la intención de correr hacia el mar, sin escuchar, obviamente, que había alguien trotando. Se frenó en seco para capturar con su cámara las nubes que, sobre el mar, parecían algodón azucarado, con toques azules y rosados. Sin embargo, apenas había colocado la cámara cerca de su rostro, sintió un choque. Lo único que percibió fue el calor corporal de otra persona, esa presión que recordaba de los abrazos de su padre, así como un aroma a fragancia masculina. Y luego ya estaba en el suelo. Sus ojos se cerraron con fuerza y gimió por lo bajo ante la incomodidad. Se maldijo a sí misma por no haberse colocado el suéter al salir de casa, llevándolo colgado en el bolso que usaba, pues podía sentir el escozor en su brazo izquierdo, ese típico escozor que indica que tienes un raspón.

Abrió los ojos lentamente, tratando de enfocar y preguntándose qué rayos había sucedido. Elevó la mirada hacia él, que ya se había levantado, y observando de reojo todo su atuendo. Se dio cuenta muy tarde de que le estaba hablando, pero logró leer sus últimas palabras. Andaba distraído. Y ella también. Le habría gustado decírselo, pero optó por simplemente tomarle la mano y colocarse de pie. Su cuerpo era delgado, y su peso estaba por debajo del requerido (según la doctora que había visitado ahí mismo), por lo que no le costó mucho ponerse de pie, y tampoco tuvo que tirar mucho de él. Pero tras la colisión, la castaña sospechaba que él era mucho muy fuerte. Todavía podía sentirlo sobre ella, ¡esperaba no guardar cardenales de recuerdo! Y se colocó la correa de la cámara en el cuello, antes de buscar con sus ojos la mirada ajena, y sus labios, por si le decía algo. Se preguntó si las personas ahí entendían el ASL. En la zona donde vivía de Los Ángeles no era así, y algo le decía que en Meanwhile tampoco. Se señaló a sí misma y luego elevó el dedo pulgar de la mano derecha, pues había notado hacía mucho que ese era el signo de las personas normales para decir O.K. Lo que no sabía, porque aun no sentía ningún malestar respecto a eso, era que la cámara le había hecho un pequeño corte en la frente. De un centímetro de largo aproximadamente, y una gotita diminuta de sangre resbalaba por él.

Gaspard estaba algodesorientado por el golpe, con el entrenamiento que cargaba debía de haber podido detenerse antes de chcar con la chica pero en el fondo no se lamentaba, la castaña era guapa y con aquellos ojos verdes había logrado hipnotizarlo. Joder, quien lo escuchara ahora pensaría que se había pasado al otro bando. Bufó sacudiendose el polvo de su ropa después de levantarla con rapidez, no pesaba nada y se notaba en su delgada figura.

La chica no le contestó, no le contestó hablando sino mediante señas sencillas. Había escuchado que había una estudiante que tenía sordera y por ende no estudiaría en la escuela pero lo que no le habían dicho era que andaba por la zona sin problemas, la admiraba por ello. Él había sido la víctima una vez y la verdad era que los humanos eran una mierda cuando se trataba de fingir pena por los demás, Gaspard había escuchado a muchos de sus compañeros burlarse de él por eso pero no le importaba, al menos había ganado un boleto a la isla de la Salvación mientras ellos seguían su guerra en Afganistán.

Aclaró su garganta sin saber si hablarle o no, no sería uno de los que la dejaban sola por no poder hablar por lo que tras revolver su cabello miró a la castaña descifrando una forma de decirle su duda sin sonar grosero - tú no puedes escuchar ¿verdad? - le preguntó señalando su oído y haciendo un gesto negativo con su dedo, a causa del ejército había aprendido el ASL, no se sabía si alguien a quién rescatar era sordo o no se podía hablar en el lugar en el cuál se encontraban. Las señas eran algo distintas, variaban según la zona donde se encontraran pero Gaspard aprendía rápido y su memoria solía ser buena por lo que conocía la mayoría de las palabras.

Recordó un par de las principales dispuesto a establecer comunicación con la castaña, movió sus dedos a dónde creía que debían de ir para luego pronunciar con sus labios - ¿Cómo te llamas? - esperaba estar diciendo en las señas las cosas correctas y no algo que indignara a la chica, la cuál se había hecho un pequeño corte con su cámara al caer al suelo. No la conocía y ella no lo conocía a él - deberíamos chequearte eso - dijo señalándole el corte, podía ser pequeño pero cuando te encontrabas en el desirto, cualquier herida era peligrosa, una lección que aún no podía olvidar.

Su brazo seguía molestando. Se lo miró de reojo sólo para comprobar que había sido un raspón feo, de esos que luego de unos minutos comienzan a sangrar un poquito y quedan ardiendo todo el día. Pero intentó disimularlo, para no hacer sentir al más alto culpable por ello. Llevaba audífonos puestos y, según su madre, quienes hacían eso no se daban cuenta de los sonidos de su alrededor. Ella entendía lo que era eso, mejor que nadie, en realidad. Por lo mismo no estaba molesta, ni mucho menos. Se movió un poquito hacia el costado de él, escondiendo con delicadeza el raspón de su brazo y mirando de reojo en todo momento al otro, por si le hablaba. Y lo notó. El movimiento con que siempre los otros comienzan a hablar. Primero se nota en la expresión, luego hay una vacilación en los labios y posteriormente se comienzan a formar las palabras. Así lo veía ella, siempre. Y leyó cada palabra con facilidad, como si hubiese sido dicha para que ella las leyera de ahí, de sus labios. ¡Y así había sido!

Dio un respingo al comprender lo que le decía. Con señas y palabras. ¡¿Cómo sabía él eso?! Mil ideas comenzaron a amontonarse en su cerebro una tras otra. ¿Por qué tenía alguien que saber que ella no podía escuchar? Se sintió incómoda casi ofendida. Porque él no lo había deducido por sus señas, parecía haber conocido esa información previamente. Su expresión así se lo atribuía. Pero, ¿por qué? Pensó en sacar de su bolso el cuaderno para preguntarle así, escribiendo, pero se quedó jugando con la correa de su cámara por inseguridad, antes de observar que él movía las manos. ¿Qué? Sus ojos verdes se abrieron más de lo normal, con notoria sorpresa, y toda su incomodidad se esfumó de golpe. ¡No pudo evitar mover sus manos para señalar cada letra de su nombre de forma rápida! Seguramente él no le habría entendido, pues sólo alguien que pasa años con un sordomudo puede captar el ASL tan rápido que ella manejaba, cuando lo manejaba a prisa, pero luego reaccionó y movió sus manos y dedos más lento, letra por letra para formar la palabra “Ximena”.

Se llevó, de todos modos, las manos al cuello, sacando de su blusa un collar de plata que le habían enviado a hacer cuando era niña, del cual pendía un dije de dos por seis centímetros con su nombre en letras plateadas. Pero antes de que pudiese sacarlo, elevó la mirada hacia donde él señalaba. ¿Qué cosa tenía ahí? Ni siquiera le había puesto atención al estar buscando el dije, por lo que no había leído su consejo. Sacó el pequeño collar, dejándolo afuera y llevándose dos dedos a la frente, buscando algo, y encontrando la pequeña herida. Hizo una mueca y bajó la mano para ver en sus yemas la señal de que había sangre ahí arriba, aunque no parecía nada grave. Se encogió de hombros con una sonrisa ladeada, como restándole importancia a eso.

¡Había cosas más importantes! Como saber quién era él, de dónde había salido y dónde había aprendido a hablar con señas. Parpadeó nerviosa, intimidada. ¡No quería verse mal! Pero tampoco podía fingir que no estaba entusiasmada de haber encontrado alguien que hablaba con señas. Respiró hondo y movió las manos ella misma, más lento que él, mostrando elegancia y disciplina en su propia lengua, repitiendo la pregunta de él, sobre su nombre, e indicando sutilmente un movimiento que ella había notado, él no hacía del todo bien.

Existían muchas cosas que enseñaban en el ejército que parecían ser inútiles en un principio pero que después de años en el campo de batalla aprendías que sí tenían sentido. Para empezar hablar más de tres lenguas, él era un asco en lo que se refería a idiomas pero había aprendido alemán, inglés y francés porque si era enviado a misiones encubiertas podría hacerse pasar por otro más de la población. Si eran un equipo de cinco, cada uno manejaba idiomas diferentes de tal manera de que pudiesen defenderse cayeran donde cayeran. Luego estaba el idioma de las señas, él no creía factible que le sirviera de algo y aún así aquí se encontraba, utilizando los conocimientos de más de dos años atrás con una chica con la cuál se acababa de topar. No debía de ser fácil estar en su posición, la mayoría de las personas no te comprendían y eso podía ser frustrante pero la chica se veía difícil de controlar, a Gaspard le gustaba eso.

Observó el collar de la chica - Ximena, lindo nombre - dijo tras leerlo en su collar, eso era inteligente, las personas podrían saber quién eras sin necesidad de escribirlo una y otra vez. Cuando le restó importancia a su herida alzó ambos cejas negando con la cabeza, hizo un par de señas que para él significaban "Vendrás conmigo para que te cure eso" antes de empezar a caminar hacia su casa, tenía un botiquín médico que mejoraría aquello. Sí, también había aprendido de primeros auxilios. Se detuvo para que la chica leyera sus labios - soldado Gaspard Pope a tus servicios - se presentó lentamente, joder que le interesaba esto de hablar con una persona que percibía todo diferente a él.

Revolvió su cabello observando la cámara de la chica y luego volvió al rostro de la misma - ¿eres fotógrafa? - preguntó con interés, tenía sentido que si no podía escuchar o hablar manejara su vista en forma de ventaja, pensaba como él, resalta tus virtudes y tus errores serán mínimos.