Mermaids live for 300 years, but when they die they turn to sea foam ⊰Ronnie⊱

La noche anterior había llovido. A la misma hora que la semana anterior. Todavía no lograba comprender cómo podían controlar eso. ¿De dónde venía la lluvia? ¿Cómo decidía el ser humano cuándo y cómo llovía en ese lugar? Era como si estuviesen encerrados en una de esas burbujitas nevadas que daban en Disneyland, donde todas las motitas blancas que simulaban la nieve se movían sólo si la agitabas con fuerza. ¿Era algo así? Pensar en ello le hacía arrugar la nariz. No le gustaba. Su padre decía que era perfecto, porque así el clima no les tomaba desprevenidos. Pero ella seguía pensando que estaba mal. Que iban a pagar muy caras las consecuencias de jugar a ser Dios. Lo iba pensando más y más fervientemente cada día que pasaba en ese lugar, aunque otra parte de ella le regañaba por ser mal agradecida.

Al llegar a la playa se preguntó si también controlaban el movimiento de las olas. Se sentó en la orilla, sin importarle que su short blanco se llenase de arena, ni que las olas llegasen a las puntas de sus sandalias. Dobló las rodillas y pegó los talones al trasero, abrazándose las piernas y recargando el mentón sobre las rodillas, mirando el paisaje. A su espalda había colocado su bolso para que no se mojara, al menos eso lo necesitaba seco, pues llevaba ahí su móvil y un par de libros. Suspiró mirando el horizonte. El día era hermoso y fresco. Pero, ¿era real? Cerró los ojos, disfrutando de la sensación del viento contra su rostro, meciéndole el cabello que se salía de la trenza floja que llevaba a su espalda.

Parecía un sueño raro. Recordó Alicia en el País de las Maravillas. ¿En algunos años los hijos que nacieran ahí se olvidarían de lo que había sido la tierra antes? ¿Olvidarían la fe ciega y olvidarían los cuentos de hadas? Recargó la mejilla en la rodilla derecha y abrió los ojos de nuevo, observando la mágica espuma que llegaba a chocar contra algunas conchas y caracoles que se encontraban enterrados en la arena. Cuando era niña, su madre le había contado una versión distinta de La Sirenita. Una donde ella no quedaba con el príncipe y terminaba convertida en espuma de mar. Había llorado al escuchar el final. Y no sólo eso. Después de aquello, cada que iba a la playa y tocaba la espuma sufría. Pensaba en el dolor de la pobre sirena. Ella se había quedado muda, por lo que no había podido decirle al príncipe la verdad. Se había sentido tan identificada que, aun ahora, se preguntaba si ella misma no se convertiría en espuma un día, por enamorarse de alguien que, ante su incapacidad verbal y auditiva, se casara con alguien más. Alguien con hermosa voz y que pudiese escucharle, y bailar, y cantar.

Caminó mientras la arena traspasaba sus dedos de los pies, era lo único que le gustaba de la isla: sus playas. Respiró profundo aquél olor de sal, agua y arena que la relajaba tanto, le daba una sensación de plenitud y de paz, paz que no había en la isla o en el mundo o en su propia mente. No quería pensar en nada por los momentos, sólo quería recordarse que seguía viva a pesar de todo y que debía de seguir luchando incluso cuando todo el mundo estuviese en su contra.

Avanzó por el lugar, todo estaba silencioso, sólo escuchaba el choque de las olas con algunas piedras pero nada que disturbara su tranquilidad. Se acostó en la arena sin importarle, su mirada iba al sol, sonrío, parecía una loca pero no le importaba. Recordó su niñez, iba a la playa con sus hermanos y ellos le dibujaban una cola de sirena para fingir que era una, también hacían castillos, los más grandes y sofisticados. Joder. Cómo era feliz en aquella época, su padre no hacía más que comprarle helados y decirle como molestar a sus hermanos.

Se recostó de sus codos para mirar el panorama, a lo lejos había una chica en la playa también, se puso de pie limpiando la arena de su parte trasera antes de iniciar su acercamiento. Se trataba de esa chica que había conocido antes, la que no podía escuchar pero que era jodidamente simpática. Sonrió mientras le tocaba un hombro para llamar su atención sin asustarla.

Cuando la castaña la miró, Ron ensanchó su sonrisa agitando su mano en forma de saludo. Era un desafío para ella expresarse sin utilizar su voz y lo trataba al máximo, hasta que Ximena tenía que leer sus labios en cambio - ¿Me recuerdas? - preguntó con sus labios lentamente esperando que la chica hiciera algo de memoria, una compañía como aquella le caía de maravilla.