The Hand Of Nature ⊰Greta⊱

La zona comercial de la Isla era bastante concurrida, en especial a esa hora. Llena de personas que, igual que ella, habían sido rescatadas de una muerte inminente. La mayoría se habían salvado a sí mismos gracias al dinero que tenían, pero algunos otros, como ella, habían tenido suerte. Sólo eso, suerte. ¿Merecida? Se preguntaba mientras observaba los trocitos de fruta con forma de estrellas y corazones que se encontraban en el enorme vaso que acababa de comprar para comer. Algunas de esas frutas no las conocía, pues, según un folleto de la Isla que había leído al llegar, ahí tenían algunos árboles frutales que los mismos científicos habían desarrollado, combinando otras especies e implantando en las semillas vitaminas que fortalecían diversas partes del cuerpo humano. ¡Tan sorprendente! Se llevó un corazón rosa claro que, según sus sentidos gustativos, mezclaba un curioso sabor entre fresa y banana. Tal vez naranja. Era tan extraño.

Volvió la vista alrededor, siempre pendiente, para no tener accidentes. Cuando no escuchas los “con permiso” de otros, ni sus pasos al acercarse, lo mejor es estar a distancia prudente de todos, y mantenerte alerta. El viaje hacia la Isla había tenido muchos inconvenientes por eso, sin mencionar que la joven había estado muy asustada todo el camino. Ni ella ni su madre habían sabido exactamente a dónde iban, ni qué pasaría allá. Pero la sorpresa fue más que grata, obviamente. Sin embargo todavía estaba algo desorientada ahí. Las personas se veían todas tan geniales. Bien vestidas, bien peinadas, ¡limpias! Recordaba que en barrio donde había crecido había mucha gente pobre, por lo que seguido veía, fuera del super mercado o centro comercial, a personas sin hogar pidiendo dinero, de esos que usan ropa vieja y tienen aspecto de suciedad y un hedor desagradable.

¡Pero no en Meanwhile! Eso no pasaba, y no dejaba de sorprenderla. Aun así, sentía cierto dolor por ello. Todos esos pobres desgraciados habían quedado fuera de ese nuevo mundo. Le supo amarga la estrellita de kiwi, porque creía que ellos no eran quién para decidir quién debía morir o vivir. Y aun así, ellos le habían salvado la vida. Se acercó a unos bancos desocupados frente a una fuente muy bonita de aspecto oriental. Unos niños arrojaron monedas tras pedir un deseo. Suspiró por lo bajo mientras jugaba con el tenedor entre la fruta. Estar ahí era una oportunidad que le había dado la vida. Y a la vez se la habían dado ello; los dueños de la Isla. ¿Quién era ella para juzgarlos? Además de todo le permitían soñar con poder escuchar en algún momento, si las siguientes operaciones eran más exitosas. ¿Qué más podía pedir? Nada. Nada que fuera justo. Pero aun así…sentía que los científicos no debían jugar con la naturaleza. Querían ser la mano de Dios, y eso no estaba bien. Se llevó un corazón de sandía a la boca, que era muy dulce, deliciosa. Y supo que no había vuelta atrás. Ahora esa era su vida. Ese era su hogar. Ya no había mundo para ella, ni para los demás. No conocería Italia ni Francia, ni Rumania. Viviría ahí hasta que el mundo colapsara y, seguramente, los científicos saliesen a intentar repararlo. Creyéndose Dios.

Pasando por la vitrina de su tienda favorita, esa que siempre tiene descuentos y ropa hermosa, que le servía para su trabajo, que nunca la dejaba mal.  En ese momento no tenía el dinero consigo por lo que prefirió no entrar y de esa manera no sentirse mal por dejar alguna prenda. Cruzó en la esquina y se compró un yogurt de mango, una fruta que no tuvo la oportunidad de probar hasta ahora. En la isla las culturas se mezclaban, por ende, era fácil conseguir frutas exóticas, restaurantes mexicanos y chinos en la misma cuadra e incluso comidas que Grets no tenían ni idea que existía. Con que tamal, ¿A qué sabe? preguntó la última vez que fue a un sitio de comida latina. Comiendo distraída, tratando de no pensar en los problemas que teñían su vida de un color gris. Suspiró sintiendo el sabor intenso en su paladar, delicioso.

Cerró los ojos unos momentos intentando relajarse mientras caminaba dejándose llevar por la música que ambientaba el lugar a la perfección, dando sensación de calma, diseñado minuciosamente, parece un paraíso. Al abrir de nuevo los párpados vió inevitable el hecho de tropezarse con una chica, derramando un poco de helado en su blusa. Greta cubrió su boca muriéndose de la vergüenza - Lo siento - murmuró enseguida intentando secarle - Soy una completa torpe - entrecerró los ojos sintiéndose mal.